Muchas veces los procesos de separación o divorcio de las parejas pueden extenderse en el tiempo dando pie a la generación de un gran conflicto interparental entre las partes (Arch Marín, M. (2010) y en este contexto el derecho de familia es una de las áreas de intervención donde el psicólogo forense puede tener un rol de relevancia a través de la valoración de las personas implicadas en procesos judiciales. Parte de la evaluación suele incluir sobre todo capacidades parentales y estado emocional y psicológico de los hijos, pudiendo realizar recomendaciones sobre los regímenes de guarda y custodia más adecuados en cada caso, velando siempre por el mejor interés del menor (Colegio Oficial de Psicólogos de Cataluña, 2016).
En estos procesos, el perito ha de tener en cuenta la posibilidad de presencia de conflicto en muchas de las parejas involucradas, y sobre todo la afectación que ello puede generar en la salud emocional y psicológica de los menores implicados, quienes además de vivir la separación de sus padres deben adaptarse a los nuevos cambios en la estructura familiar (Chacón Fuertes, García Gumiel, García Moreno, Gómez Hermoso & Vázquez Mezquita, 2009). De esta manera, las recomendaciones y conclusiones que resulten del informe pericial irán dirigidas a la situación que más se ajuste a las necesidades de los hijos, contribuya a preservar su estabilidad y genere el menor impacto negativo posible. Para ello se analizan en el proceso de valoración tanto a las personas que conforman la estructura familiar como a los factores individuales y contextuales que pueden influir o afectar a los hijos.
Conflicto interparental en juicios de divorcio
Smith y Jenkins (1991, citado en Gómez-Ortiz, Martín & Ortega-Ruiz, 2017) realizaron los primeros estudios sobre la relación entre las dinámicas conyugales y la adaptación de los menores, a finales de los ochenta y principios de los noventa, demostrando que los niños cuyos padres presentaban una mala calidad relacional, tenían un peor ajuste comparados con aquellos pertenecientes a hogares armoniosos. Coinciden después Katz & Gottman, (1993) determinando que las parejas que resuelven el conflicto de forma hostil favorecen el padecimiento de problemas internalizantes (emocionales y psicológicos) en sus hijos, y que emociones como la ira y la frialdad emocional entre los progenitores incrementan la probabilidad de que los menores desarrollen ansiedad y dificultades relacionales posteriores. Así, el divorcio no parece afectar de forma directa los niveles de ansiedad de los menores, siendo más determinante la acumulación de situaciones negativas en las que los niños se pueden encontrar implicados en su hogar, lo que puede tener mayores repercusiones (Gómez-Ortiz, Martín & Ortega-Ruiz, 2017).
Atendiendo a los factores que juegan un papel en las consecuencias del conflicto interparental en la salud mental y psicológica de los menores, distintas perspectivas teóricas han buscado explicar el impacto de cada uno de ellos, teniendo como propuesta común la intervención de factores cognitivos, emocionales y fisiológicos.
Modelos del impacto del conflicto interparental
MODELO COGNITIVO CONTEXTUAL
El modelo cognitivo-contextual de Grych y Fincham (1990), da particular énfasis a la interrelación entre la eficacia de afrontamiento y las apreciaciones de los niños del conflicto marital, entendiendo que el impacto del conflicto en la salud psicológica del menor no es directa sino que también depende de las formas en que se presente el conflicto y de la interpretación que hace el menor del mismo. Este modelo distingue dos tipos de procesamiento psicológico que realiza el menor en su interacción con el conflicto interparental: el procesamiento primario y el procesamiento secundario.
El procesamiento primario implica la toma de conciencia del conflicto, su observación, y la percepción de amenazas relacionadas con el mismo para su propio desarrollo. Es decir que constituye un análisis de las características del conflicto y su contexto por parte del menor.
El procesamiento secundario por su parte, trata sobre los intentos del niño por comprender el conflicto, sus causas, su responsabilidad percibida en el mismo, así como sus expectativas sobre la eficacia de las posibles respuestas de afrontamiento. Así las atribuciones causales, su activación emocional y las características contextuales del conflicto, modificarán o determinarán el tipo de mecanismo y estrategias de afrontamiento escogidas por el menor.
Este modelo teórico, también otorga relevancia al contexto en el que se produce el conflicto, pudiendo el mismo ser próximo o distante. Cuando el contexto es próximo toma en cuenta los pensamientos y sentimientos del menor inmediatamente, antes de su propia evaluación del suceso, y siendo entonces los factores más importantes las expectativas y el estado de ánimo del niño. Cuando el contexto es más distante, lo conforman factores estables como son la experiencia previa con el conflicto, la dinámica familiar habitual, el temperamento y el género del niño (Iraurgi, Martínez-Pampliega, Iriarte & Sanz, 2011).
De modo general el modelo cognitivo-contextual de Grych y Fincham (1990) establece que cuando el conflicto interparental se expresa de forma frecuente, hostil, no es resuelto de forma adecuada y se halla centrado en el menor, se producen en éste mayores sensaciones de amenaza y culpa fomentando la aparición de problemas de adaptación.
HIPOTESIS DE LA SEGURIDAD EMOCIONAL
Según la hipótesis de la seguridad emocional de Davies y Cummings (1994; citado en, Camisasca, Miragoli, Di Blasio & Grych 2017), los niños que experimentan exposición prolongada a formas negativas de conflicto en el hogar, podrían experimentar mayor inseguridad emocional conformada o manifestada por: a) reactividad emocional, (malestar intenso, prolongado, hipervigilancia) hacia el conflicto interparental; b) regulación de la exposición al afecto parental, (intentos prolongados y rígidos de implicarse o evitar el conflicto parental); y c) representaciones internas hostiles de las relaciones interparentales y sus consecuencias para el bienestar de la familia.
A pesar de que puede resultar adaptativo para los niños preocuparse en cierto grado por su seguridad, esta teoría postula que dichas preocupaciones a largo plazo pueden tener efectos adversos en la capacidad de afrontamiento de los menores. La hipervigilancia y el estrés que resultan de la exposición al conflicto pueden contribuir a aumentar el riesgo de dificultades psicológicas como problemas internalizantes (emocionales y psicológicos) y externalizantes (conductuales). También porque la activación frecuente y prolongada del sistema de seguridad emocional requiere recursos sustanciales a nivel físico y psicológico, como la regulación de la atención, el afecto y procesos cognitivos. Es decir que esfuerzos constantes para recuperar estabilidad emocional podría limitar los recursos que tienen los menores para la consecución de otros objetivos evolutivos necesarios a su desarrollo resultando en una aumentada vulnerabilidad a mecanismos adaptativos inadecuados (Davies, Forman, Rasi, & Stevens, 2002).
TEORIA SOCIO COGNITIVA
La teoría sociocognitiva de Bandura (1997b, citado en Brummert Lennings, & Bussey, 2017), propone una relación recíproca entre factores personales, conductuales, y del entorno para explicar el funcionamiento humano. Según este modelo, el mecanismo de autoeficacia se considera un factor personal, asumiendo que los niños que creen en su propia habilidad para afrontar el conflicto pueden emplear sus recursos y capacidades personales para enfrentar dicho conflicto y sus efectos.
Bandura (2012), explica que el funcionamiento humano es un producto de la interrelación entre las influencias o características personales, el comportamiento de los individuos y las fuerzas que el entorno ejerce sobre ellas. Es decir que dado que las influencias intrapersonales (incluyendo la autoeficacia), son parte de las condiciones que determinan esa interrelación dinámica, las personas pueden intervenir y dar forma a los eventos y el curso de sus vidas.
Irene Campos Fernández
Perito Psicóloga en Barcelona
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